Soy de un charco de mierda (translated from an English article published before)

No soy americano.

Nací en el continente llamado “América,” si. Pero de alguna manera estos Estados Unidos se han atribuido el nombre del continente entero.

Ronald Reagan rebajó la categoría del resto de este magnífico continente meramente a la de ser “el patio trasero de América.”

Entonces fue cuando yo llegué aquí, a la supuesta “tierra de los libres,” cuando Ronald Reagan envió miles de millones de dólares a dictaduras militares para que usara ese dinero para violar, torturar, y masacrar a mi gente. Yo no quería venir aquí. Ay! Cuánto aborrecí este país tan repleto de restricciones, prohibiciones, y gente mantenida ignorante de su propia historia!

Ya aquí, casi ninguna de las personas que llegaba a conocer sabían donde estaba mi país. Todos parecían asumir que yo era mexicano. A excepción de los mexicanos. Ellos si sabían de donde yo era, y sabían que no podrían sentirse seguros conmigo puesto que, siendo de donde yo era, to tenía que ser un borracho, un violador, un criminal, un ladrón, y un ser humano repugnante. Pocos otros sabían de donde yo era.

Después que Reagan había ya pagado por el asesinato y tortura de 100,000 de mis compatriotas, yo pudo sentar cabeza en este baluarte de la democracia—donde yo tenía que probar a cada momento que tenía el derecho de vivir aquí, que tenía el derecho de trabajar, y pues que también alguien como yo podía tener una educación.

Donald Trump le puso la etiqueta de violadores y criminales a los mexicanos, justo en el momento que anunciara su candidatura; como para enviar la señal a su base que él iba a hacer este país grande otra vez deshaciéndose de toda la mierda humana que está hoy apestando el lugar con su español y su piel oscura y su anhelo de libertad.

No obstante, ese acto no remueve la etiqueta de mí. Después de todo, si él me llegara a conocer algún día, él pensaría que yo soy mexicano.

La verdad es que es difícil para mí decir qué es lo que soy. Nací en El Salvador, y mi tierra y mi gente son sinónimos de amor y libertad en mi corazón. Pero el país mismo es una invención de un invasor proveniente de otro continente. Su lenguaje, su religión, y sus tradiciones fueron impuestas por los invasores, nos las quemaron en el cuerpo con fuego y hogueras. Nuestra resistencia de 500 años ha dejado su marca perenne en un TEPT (trastorno por estrés postraumático) tan arraigado en nuestros huesos que no sabemos si otra forma de sentir sea posible.

Soy salvadoreño, aún si el término haya sido impuesto por España. Soy americano, aún si los Estados Unidos piensan que son dueños del nombre. Soy guanaco, aún si usted piensa que es un insulto.

No soy mexicano. Muchos mexicanos aquí me llaman “cerote”—un pedazo de mierda.

Hoy, Trump estuvo de acuerdo con ellos. Hoy, él dijo que no entendía por qué los izquierdistas insistían en traer gente de esos países charcos de mierda.

Soy un pedazo de mierda de un país charco de mierda en el patio trasero de Ronald Reagan.

Y, de todos modos, estoy aquí. Y vengo de la Tierra de la Joya, del Cuzcatlán, del último bastión de la resistencia.

Estoy aquí y aquí me quedo para transformar esta tierra, este continente entero, a lo que en realidad es: la madre tierra en proceso de despertar.

Tal vez sea para usted un pedazo de mierda de un país charco de mierda, pero yo en usted y en mi y en todos veo la verdadera luz plateada de la mente vacía, la liberación del pasado, la gloria del Nuevo Sol que anuncia la venida del ser humano verdadero. Estoy aquí para compartir ese futuro con usted, querido lector, sin odio en mi corazón, sin resentimiento, y sin ninguna etiqueta que devolverle.

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