Hay un dolor en el silencio desde el día que no la vi.
Donde quiera que volteo, su ausencia me sorprende y me atrapa.
Y este corazón de niño no sabe para donde ir,
pues la siente aquí y no la ve,
la sabe ausente pero en todo la ve.
Se ha convertido en la ausencia del que murió,
eternamente lejos pero en todo aquí.
Se ha vuelto pregunta incansable, tormenta del qué pasó.
Está confundido este corazón, sin saber a donde ver.
Y es que ella era la voz que entra en mi templo
preguntando si me puede ver.
Era silueta en la puerta.
Era el texto diario y la broma inesperada.
Era la risa a flor de piel, y el peso del mundo.
Era dolor gentil,
duda de si,
mirada triste y eterna.
Era compañera de mis silencios.
Hoy es dolor del silencio.
Ya no se oye su voz detrás de las cortinas.
Bueno, no la oigo, es cierto, pero la anticipo.
Todavía mis ojos esperan ver su figura siempre al trabajo y con paso brusco,
y aún siento su altar divino en un cuarto ya vacío.
Abro la puerta y espero ver los santos en las paredes
y los espíritus sorprendidos escurriéndose en las esquinas.
Y creo que al fin encontré la clave de la incógnita.
Ya puedo susurrarle a mi corazón la explicación de su sentir.
Eres, corazón de niño, un viejo altar encendido en un cuarto ya vacío.